El mejor verano de mi vida. Parte 1
Te puedes ir a la India, a Laos, a Thailandia…..a Vietnam. Te puedes ir a México a hacer calle. Puedes recorrerte Europa, pero hay cosas que solo están en manos del libre albedrío.
Son cosas inexplicables como la de que el mejor verano de mi vida fué en el año 2010 en Peñiscola, Castellón.
Era Junio, la primavera en Madrid había sido horrible, llevaba nada más que dos años con el espectáculo en la calle, ya, medio lograba vivir mes a mes, pero la irregularidad me mataba.
Creo que Junio es el peor mes de todo el año para hacer calle pura y dura, hace un calor ya de tres pares y no es ni “chicha ni limoná”, es verano pero todo el mundo curra, la gente en las ciudades está ya pensando en la playa, y en la playa no hay aún ni dios. Y hace ya un calor de mil demonios.
El doctor y yo, estábamos un poco en la mierda. El día veintiocho de Junio, decidimos ir a Peñíscola.
Era el año del mundial de fútbol, a mí el fútbol me la suda, pero reconozco que aportó mucho al ambiente en la calle y al estado anímico de las personas. Los días de partido en los que jugaba España apenas se podía trabajar, pero la triste y absurda alegría que invadía a la gente porque su equipo estaba ganando era maravillosa para la energía del espectáculo.
Nos la jugamos un poco en cuanto a que El Doctor me contó que Peñíscola siempre había ido muy bien, pero que hacía ya unos años que no dejaban trabajar. No importa, fuimos. Al fin y al cabo ya estábamos en la costa.
Al llegar, lo primero era buscar un sitio para aparcar a la sombra y estar ahí sin problemas. Esto es difícil a veces en la costa mediterránea.
Después de unas cuantas vueltas y un par de sitios fallidos, decidimos avanzar dirección Vinaroz, por la carretera de la costa. Casi al llegar a Vinaroz encontramos un área de recreo con zonas verdes y sin ningún tipo de barreras. Nos extrañó, en una carretera secundaria a dos kilómetros de Vinaroz y a cuatro de Peñíscola.
Pero comprobamos que no había carteles. No había ni de que sí, ni de que no. Pues “pa dentro”. Habíamos salido sobre las nueve de la noche, las furgos sufren menos en verano viajando de noche y de noche todos los gatos son pardos. Y El Doctor y yo no somos de esos que llevan la vida al día.
Así que la llegada a este paraje fue de madrugada. Al acostarnos vimos que el área, tenía un bar/chiringuito al lado. Era de ladrillo pero bastante pintoresco sin llegar a ser clásico o nostálgico.
A la mañana siguiente, nos dimos cuenta de que era un bar/restaurante en toda regla. Eso sí, pintoresco al límite.
Así, que al ver que éramos los únicos ahí aparcados y achacándolo a que todavía quedaban un par de días para Julio, El Doctor y yo decidimos ir ahí a desayunar. Creo que el dinero total que había en nuestras vidas, lo llevábamos en el bolsillo en ese momento. No llegaríamos ni a ciento cincuenta euros entre los dos. Pero el Doctor tiene ciertas teorías muy válidas a cerca de consumir y llevar una vida comercial (consciente) activa allí donde vives y trabajas.
Al llegar y sentarnos hubo un silencio de unas 0,7 décimas de segundo. Nos miraron raro, lo notamos. Pero nos trataban bien. Algo había en el ambiente que dotaba a la energía de cierta espesura de color verde. Y de olor verde también. Chocante, ninguno de los clientes, excepto cinco o seis, tenía menos de cincuenta años. Y había mucha comunicación entre las mesas, como si se conocieran todos. Ahí estaban, bebiendo y fumando y partiéndose la caja entre ellos, debían de ser las doce cuarenta y cinco. Era un desayuno/almuerzo. Y estábamos en un area de descanso rara, en una carretera secundaria casi de playa, en un bar de viejos. Interesante.
Al acabar de desayunar, pagamos, dejamos propina y nos fuimos en una C15 que yo tenía entonces. La de Marcos era muy grande, se queda de cuartel general y la C15 de vehículo de asalto para ir a currar y para desplazamientos logísticos y de placer. Fuimos a ver el pueblo, era Jueves, mañana empezaríamos.
Tras localizar un par de comercios y servicios de interés y hacer algunas compras para el campamento, regresamos a eso de las tres y media a la base, Y como no, fuimos a comer al restaurante. Las raciones y los bocadillos así tanto como el menú eran abundantes, cosa rara en el verano en el mediterráneo. De camareras siempre había chicas Rumanas, muy guapas y demasiado pintarrajeadas para mi gusto.
Observamos que había una mesa en la que había cinco tipos jugando al mus y tenían tres chicas alrededor siguiéndoles la bola en todo. No paraban de mirarnos. Habiamos llegado en furgoneta y al día siguiente habíamos comido ahí ya dos veces y El Doctor y yo somos dos tipos raros, no vamos a la moda de nada y tenemos dos formas de vestir muy de los noventa, cada uno a su rollo, pero muy de los noventa. Su mirada era mas que nada desconcertante, pero para ellos. Cuando nos llegó el momento del café, comenzaron las preguntas.
Marcos se había pedido un café con leche y yo un cortado y un chupito de cacique. Nos hicimos un “may” cada uno y listos para charlar.